La lección de vuelo del último sol consiste en que la libertad es el centro de toda creación poética. Ningún espíritu es tan esclavo de la libertad como el espíritu poético. Llegados al punto de la verdad, es necesario librarse no solo de toda función utilitaria (Algo queda siempre – esperanza venal del poeta – disfrazada de “fama” o “infamia”), sino despojarse también de las normas formales de lo que pasa por buen gusto y deconstruir completamente la operación descriptiva que técnicamente esta entretejida en toda imagen fotográfica.
“Siete” Mapas de Contorno (fragmento), El último sol.Como de todos los viajes que han sido para plagar la historia de lo que es poesía, de lo que es imaginario, de todo lo que se percibe como maravilloso y verdadero dentro solo para alguien, si tan afortunadas los miles de cuentos, de relatos eternos e inmutables dentro de todos; de encontrarse sabiamente el momento antes de la caída al último instante en que se les va la luz, y se les hace constante la sombra. Capturados, a los motores perceptibles de cada impaciente observador que se sabe en el momento privado de las imágenes.
Originario de la ciudad de México, nacido en 1943, formado como fotógrafo a partir de los libros y la experiencia, de hacer a su cámara para la foto de moda, del erotismo y de la magia visual de la que necesitan los discos. Ricardo Vinós cuenta con una trayectoria fotográfica extensa y nutricia, de diversas exposiciones en solo y colectivo; series de historias es lo que encuentro en las fotos que componen su extensa carpeta, llenas de alquimia precisa, en incendios, de entre santos, registros del exilio los personajes que fueron captados haciéndoles longevos. Secuencias, fotografía del cine, del rock, de un momento clave entre las piernas entaconadas y enmalladas siempre sensuales lo dicen todo.
Reconoce Ricardo Vinós el destino último de los fotógrafos en el libro, El ultimo sol, es el libro de las fotografías, que encontraron forma junto con las ideas escritas del autor; acompañándoles afortunadamente, completándose y haciéndose fieles a encontrar y alegorizar dentro de su más acertada comunión, lo que resuene con cualquiera que encuentre algo grave o delicado en ocho partes, inauguradas cada una por el lenguaje visual y escrito del fotógrafo, seguidas por el rastro de imágenes hacia la siguiente experiencia, o momento intimo que lo enmarque todo otra vez en letras e imágenes.
Son lecciones personales, memorias y sutilezas, de la aventura de

quien gusta agarrarse como “tornillo ardiendo a la fotografía,” y así arreglarse la vida. Como gustoso señala Vinós, reflexionando sobre lo que después de diez años de experiencias fue la realización del libro, el ejercicio libre de la fotografía -y la historia con este-, se inauguran con el viaje a Chalma acompañado el protagonista por Malintzin, para interpretarlo todo tal vez. Fue escrito y ejecutado el oficio fotográfico de este trabajo hace ya veinticuatro años en el verano de 1983 y 1984. Su realización se empalma ya con los recuerdos y las experiencias del autor, y se sabe como un buen acontecimiento ese regreso.
El libro invita a la reflexión del último momento, y a encontrar los miles que pueden suceder como soles que se ocultan; las percepciones de cada página, que están bajo este símbolo del último sol. Y que con gusto de oficio hace grata la experiencia de encontrarse con las atenciones de quien le hace, con estas precisas fijaciones de la intención, hacia reconfigurar una realidad en una historia nada literal y hacerle así más fértil, en el terreno del imaginario.
Ahogado, como todos, por el peso asfixiante del cadáver del mundo, logré al fin ver que, sucedió el diluvio, todos somos carroña, pasto de los buitres. Mis fotos serán zopilote espiritual, necesario para devorar el cadáver del mundo –y acabarlo de matar- y para pasar el tiempo o lo que pase entre el último sol y la oscuridad final.
“Tres” El libro del último sol (fragmento), El último sol.
“El fotógrafo es un poco otra cosa dentro de las maneras de hacer arte”, Ricardo Vinos encuentra en el que entienda este oficio, como haciendo de algo diferenciado de un artista, aunque en esencia es lo mismo, una técnica, un modelador de sombras, compositor de elementos y de eventos, haciéndose a pesar de esto, el que es algo diferente por manejar el artífice aparato de las capturas del mundo en imágenes; olvidemos si son fieles a este espacio en que coincidimos todos, las piezas que salgan en la acción de hacerse cautivador de luces, son más bien concordantes con la voluntad del que las hace en papel más duraderas.

Rigiéndose por los deseos que permiten hacerse al conocer el lugar seguro y sus artimañas, en que la luz es propicia para comenzar el ritmo de los tiempos, las alteraciones de los químicos, de vidrios, de intensidades, acentos. Encontrar el ahora monocromo momento de todo esto, sacando de este sus máximas sutilezas al ojo, dejarlo como objeto de apreciación y desafío, es mucho ser un artista el fotógrafo por todo esto pero aun así, es otro, un buscador preciso, de esencias, sutilezas que se acerca a los personajes que convivieron y les hiso la posibilidad de ser repetidos tan tal cuales como sea el capricho, y contextualizados también según sea este.
Es grave la tarea escogida por el que decide portar la cámara y hacer sus disparos, sacar de entre la rareza, ahora ya cotidianizada de lo que es la imagen, ya pisoteada y humillada, con las vulgares utilidades que se le da a la fecha; una que decida conectar con el sentimiento generalizado, con el inconsciente atascado de mitos, de lo que es Malintzin para cada uno; encontrando las propias de las luces refractadas en ella, en su tan gris, blanco y voluminoso cuerpo, tirado en el colchón, ¿soñando?, sabiendo del fin del mundo. Haciendo una vez más la invitación a seguir leyendo el siguiente entramaje, de identidad, deseos, “la canción precisa y el poema de la aleación” quiere el autor saberse cuando llegue la carta.
Las fotografías construyen el dialogo por sí mismas, señalando la colonización, la que dejo de creyentes a muchos en el sincrético escombro de varios dioses, santos, ahora inertes varios de ellos en estampas capturadas dentro de las estampas del autor, inertes para poder ser contempladas, pero dinámicas dentro de “el gran luchador”, o en cualquier mexicano que haya sido capturado sus restos en el cementerio, o de su distracción entre el bullicio de las calles; clamados por la llorona los hijos de la patria hacia el morir para ver algo nuevo. Afortunado el día en que se dio el salto a la barda, atestiguando los últimos rayos; en la fiesta diaria de la ciudad, en el memorable relato de las ruinas, que ahora se extienden sobre todos, las que ahora tal vez para esta historia ya somos todos, sin ser algo nuevo desde entonces.
El ultimo sol encuentra la afortunada coincidencia, hacia lo que es constante en cada quien, la búsqueda, la intimidad, el anhelo que siempre nos arrima el arte, del que todos esperamos al acercarnos a él, una sola experiencia que exceptué el instante de su visión dentro de las más sórdidas y reales vivencias cotidianas. Así darnos cuenta que la mayoría quiere algo mejor, antes de que se oculte el sol y encuentre su visita la muerte, al temporal, al más placentero digno o visionario, en el que caben los contrarios que hacen el juego de todo momento, como lo es en el arte en la foto capturados.
Quien sabe a dónde van a dar los sueños, ecos dispersados para qué oídos.
Ocho “Luz de Norte” (fragmento), El ultimo sol
Abraham Villaseñor Ramírez